domingo, 22 de julio de 2018

Capítulo 1 | O de cómo pasé el peor verano de mi vida

Nadie lo duda: los veranos de las pelis y las series americanas son al parecer los mejores del mundo mundial. Se van a países exóticos de vacaciones o en su pueblo celebran una preciosa feria con juegos y atracciones. Y claro está, no debemos olvidarnos del famoso 4 de julio, cuando lanzan fuegos artificiales que llenan el cielo oscuro de colores y ondean banderas enseñándonos al resto del mundo cuánto quieren a su país.

Imagen de retro, summer, and vintageImagen de light, party, and sparklers

Imagen de water, sea, and aesthetic

En comparación, mi verano de los 18 fue un asco. Pero qué le vamos a hacer, si lo más lejos a donde he ido ha sido a la peluquería del pueblo de al lado (donde, por cierto, me dejaron aún más fea de lo que ya soy). Además, Instagram es muy falso y hace mucho daño. ¿Cómo voy a disfrutar de estar tirada en el sofá de mi casa con 38º en la calle y aburrida pedida porque no ponen nada en la tele si no paráis de enseñar en vuestras "stories" la borrachera que os estáis cogiendo en el Pacha Ibiza? Que os quede bien claro: vuestra vida me da igual, pero ver todos las fotos y vídeos que subís son más interesantes que los anuncios de 20 minutos que ponen en todas las cadenas.

De pequeña los veranos eran mucho mejor. Mi mayor preocupación era que las conchas que había recogido en la playa llegaran sanas y salvas a casa (aunque no sabía que mi madre las iba a tirar a la primera de cambio). En realidad, no me importaba que el verano se acabase y septiembre llegara tan pronto, para mí los meses de clase eran igual que los de vacaciones solo que tenía que hacer más ejercicios de inglés en casa. Obviamente, esto cambió enseguida y lo que más me afectó no fue solo que los ejercicios de todas las asignaturas se multiplicasen x10, sino que los veranos dejaron de ser vacaciones. Simplemente, ya no sentía esa alegría que durante tantos años había sentido en ninguna estación del año.

Imagen de shell, aesthetic, and beach

Y 18 años después, el verano se había convertido en la peor época del año. Durante el curso lo pasaba fatal (básicamente porque lloraba 5 días a la semana) pero aunque sea estaba rodeada de gente. Me sentía sola, pero tenía a alguien. En verano, sin embargo, me quedaba sola. Y ya está. Sola sin gente, sola sin nadie. Sola. Las vacaciones en la playa se convirtieron en auténticas proezas para que nadie viera mi cuerpo que tanto odiaba. Los ejercicios de inglés pasaron a ser tests de la autoescuela que no paraba de suspender. Los helados ya no se habían transformado en barritas de cereales bajas en calorías para perder peso. Los vestidos frescos y los bikinis habían pasado a ser pantalones negros y largos que me tapaban las piernas (porque las aborrecía tanto...). Las risas con amigas desaparecieron dejando lugar a la risa pregrabada de las series que veía cada día para sentir que tenía algo que hacer, alguien con quien reír, gente con la que estar.

Imagen de analog, Barcelona, and analogue

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